miércoles, febrero 27, 2008

II - Marcas

Se despertó por la presión que sentía en el pecho... Algo húmedo recorría su piel. Lo que ocurría, ella no lo entendía sin embargo los gemidos tan cerca de su oído la hicieron ponerse alerta!
Una sensación de temor invadió su cuerpo, ¿es que acaso volverían a lastimarla? Levantó temerosa los ojos y se encontró cara a cara con quien la tomaba con fuerza.
- ¡Perdóname, hija. No quise hacerte daño!- Le dijo su madre.
Ella no entendía, solo la miraba asombrada.
-¡Perdóname, por favor! - volvió a repetirle tan cerca del rostro, que pudo sentir el olor que emanaba de ella. Eso es lo que pasaba, el alcohol había avivado sus sentimientos y había hecho brotar sus lágrimas.
El dolor entonces le hizo recordar lo ocurrido. Aún las marcas de los golpes recibidos estaban frescos en sus brazos, el ardor de aquellos le propinaban ya no la dejarían olvidar cuánto odio había sentido por aquella mujer que ahora la abrazaba. Pero, ¿cómo puede ser posible eso?, se preguntó; y es que los hijos a veces odian a sus padres. Los odian sobre todo cuando estos no miden las consecuencias de sus actos. No, ella no la odiaba porque se embriagara de vez en cuando; ella la odiaba, o quizá la odió, porque su madre no la amaba; mas no estaba segura.
Cuatro horas antes, toda la furia contenida en su alma fue desvocaba en los brazos de su hija, pero ¿qué había hecho esta pequeña de tan solo siete años para merecer aquel castigo? Algunas cosas parecen cosas de niños y en esta situación, eso es lo que fue, simplemente una niña que quería jugar con sus muñecas y que por hacerlo había roto algunos retazos de tela guardados en los cajones de su madre.
Recordando esto, miró a su madre a los ojos y con todo el dolor de su alma, dijo aquello que no podía ocultar: "mamita, te perdono"... Su madre la levantó en brazos, la besó y le prometió que ya no la lastimaría... Y fue entonces cuando la ingenua niña, le creyó.

domingo, febrero 17, 2008

I...Quizá yo, quizá muchas más...

Sentada frente a la computadora, el calor invadía su mundo... Mil preocupaciones se habían anidado en su cabeza y había perdido la pista del camino adecuado.
Pensando callada se había abandonado cuando el agudo dolor, ya común, de su cuello la hizo volver en sí:
-¿Qué haré ahora? Se volvió a cuestionar, más el dolor era terrible y la angustia tuvo que pasar a un segundo plano.

Se paró lentamente y bajó cada uno de los peldaños que separaban su habitación de la cocina de su casa, buscó los analgésicos que le eran obligados y los tomó con un amargo trago de agua.
-¿Para qué tomas esta porquería si no mejoras? Se reclamó a sí misma, mas la respuesta era obvia, ahora solo le quedaba confiar.

Las horas pasaron y quiso seguir trabajando, a pesar de que no le encontraba sentido con el final ya tan cercano. Aquel final que hasta ahora se había negado a aceptar, tenía pues un alma joven más que deseosa por seguir adelante, pero qué puede hacer esta si se haya encerrada en un cuerpo ya casi muerto.

Subió a su habitación y el calambre en las manos le indicó que no podría seguir escribiendo, ahora solo le quedaba recostarse un momento y rogar porque las nauseas no volvieran, con los dedos entumecidos le sería emposible girar la cerradura del baño. El calambre invadió la totalidad de sus extremidades. Nunca se había sentido tan desvalida y añoró más que nunca momentos añejados por años en su pensamiento. Momentos cuando era amada y protegida, cuando hubieron personas que le tendieron la mano, lloró también recordando a aquellas personas que tanto había lastimado y ahogando su llanto en un profundo suspiro ella se quedó dormida...

(Continuará)