lunes, julio 12, 2010

Punto de quiebre

Si me detengo a analizar las características más resaltantes de mi maravillosa personalidad hay dos que debo destacar: mi terquedad excesiva y mi inexistente tolerancia a la frustración, rechazo o vergüenza. Cada una de estas se convierten un una bomba cuando intervienen en mi toma de decisiones y la cosa alcanza proporciones ingentes cuando actúan de a par y eso me ha ocurrido en varias oportunidades. Pero antes de perturbar con la descripción de las bochornosas situaciones por las que me han hecho pasar estar perturbaciones de mi personalidad, empezaré explicando cada una de ellas.

TERQUEDAD EXCESIVA

Me considero una persona muy perseverante, si quiero lograr algo lo intento una y otra vez hasta que finalmente lo alcanzo, sin embargo esta característica muy buena en mí (al menos eso considero) y que, con la motivación suficiente, me ha servido para alcanzar ciertas metas profesionales; ha degenerado en una terquedad ciega cuando considero que tengo la razón, lo que ocurre se resumen en un palabra NECEDAD. Cuando estoy segura de que tengo la razón, insisto e insisto y a pesar de que tengo todo en mi contra y sé que me voy a hundir por esa necedad, sigo insistiendo, y si soy obligada a tomar una dirección contraria a mi voluntad, me enojo y miro con ira, pues no concibo la idea de que me esté equivocando.

Esto me ha traído muchos problemas y sé, OJO, soy muy consciente de que es un gran defecto, de que está terriblemente mal, pero no puedo evitarlo. He intentado manejarlo, pero es algo más fuerte que yo, el solo intento me duele, literalmente, pues pareciera que la cabeza me va a estallar cuando estoy haciendo algo con lo que estoy de acuerdo.

INEXISTENTE TOLERANCIA A LA FRUTRACIÓN, RECHAZO O VERGÜENZA.

Muchas personas con las que he conversado alguna vez, consideran que soy una persona extrovertida, con un gran humor y mucho de que conversar; por ello no me creen cuando les digo que soy una persona TÍMIDA, pero la verdad es que lo soy, soy terriblemente tímida. Es probable que estas personas que han conversado conmigo, no se han dado cuenta de que son ellos los que me han empezado a hablar, porque yo nunca empiezo una conversación, salvo con mis alumnitos. Me da pavor de que me corten, no me quieran hablar o simplemente nos quedemos en un silencio tan incómodo que duele.

Ayer me dijeron que es difícil creer que en cuatro meses no conozca a las personas que pertenecen a mi grupo de trabajo, si supieran que practico step hace un año y que recién estoy empezando a conversar “algo” con la gente que asiste a la misma clase que yo.

Es cierto que el qué dirán no debería importarnos, pero a mí sí. No tanto como para pararme en actuar, pero sí en deprimirme. Lloro y sufro, pero no puedo evitarlo. Que me hagan pasar vergüenza genera en mí el mismo efecto, si se ríen de mí, me matan.

Han existido momentos en mi vida donde ambas se han juntado y he obtenido resultado nefastos. Recuerdo claramente que a causa de esto me quedé en plena avenida México bordeando la media noche, porque simplemente no quise irme a mi casa en el momento apropiado, recuerdo que el amigo con quien conversaba me dijo “ya es tarde”, lo que yo entendí como NO QUIERO HABLAR CONTIGO e insistí en quedarme, por más paciencia que me tuvo, se cansó, peleamos y se fue. Era cerca de la medianoche y no sabía cómo volver a casa. La verdad es que era una zona muy peligrosa para que una joven de 20 años paseara por ahí. Resultado final, pelea excesiva, mucho moco de por medio y un mal recuerdo, además de ser tildada de loca. Tiempo después, me di cuenta de que efectivamente lo era.

Pero meses antes de eso, por no querer subirme a un taxi, recuerdo haber tenido que caminar desde el óvalo Unión hasta la avenida Alfonso Ugarte a las dos de la mañana, en esta oportunidad mi acompañante no volvió a recogerme o embarcarme, se fue porque lo insulté. En otra oportunidad que hice algo similar, me gané un golpe en la boca. Saldo final, un moretón, insultos mutuos, gritos y soledad.

En una actividad de PAMER había estado guardando sitio para una amiga que iba a acompañarme a ver el espectáculo de Eva Ayllón. Mi jefa y su amiga, que por cierto ahora es mi amiga también, llegaron tarde, se pusieron junto a mí, pero luego entre tanta gente se fueron sin decirme chau. Recuerdo que me dolió en el alma (intolerancia absoluta al rechazo), terminó mermando nuestra naciente amistad y mi actitud cambio. Lloré mucho y me amargué igual.

Cuando Sheyla vino y no quiso tomar el taxi que le dije, le pedí que se fuera, que me iría a casa sola, y terminé caminando por la avenida Tacna a la 1:30 de la madrugada, sola y con cartera. Esta vez que Sheyla vino al Perú no me mandó mensaje ni nada, supongo que está molesta conmigo o no me quiso ver (eso es lo que pienso).

Mi terquedad me ha llevado a tomar las peores decisiones y en todas estas no he sido consciente del peligro o magnitud de mi conducta hasta el día siguiente, cuando ya el berrinche, vergüenza, frustración e ira han cesado. Cuando me analizo no me reconozco. Algo esta mal en mí. Me bloqueo, me duele la cabeza, me tiemblan las manos, y reacciono como una autómata. Me atolondro, no sé que decir y termino llorando.

Este problema que tengo con la intolerancia al rechazo me ha hecho vivir con la idea de que muchas personas me señalan o me miran mal o quizá hablan a mis espaldas, esto me genera timidez e inhibición. Si alguien me mira mal o me hace una mueca, en verdad hace que me sienta mal, me deprima. Recuerdo que este año, un diseñador que trabaja en la empresa donde yo colaboro me saludo algunas veces de mala manera, concluí que no le caía bien. No me puse a pensar de que estaba muy ocupado o estresado, que es lo que ahora pienso que ocurre realmente. El viernes, día en el que estaba muy cansada, llegué tarde y me lo cruce, me dijo: “Hola, niña, al tiempo que te veo. ¿Te sientes bien?” “Sí, solo estoy cansada.” “Ah. Pero, cuídate mucho, ¿sí?” ¿Habrá sido sarcasmo? No sonó a eso al menos.

Ayer fue mi PUNTO DE QUIEBRE, ayer me he convencido de que tengo un problema y que aunque me crea muy capaz es imposible que lo solucione por mi cuenta. Ayer tomé la peor decisión de mi vida e insistí tan ciegamente en mantener las cosas como las había planificado que cuando se desbordó todo y se salió de mis manos no supe que hacer ni cómo reaccionar, es más, hasta ahora sigo viendo en perspectiva lo que sucedió y no me reconozco. Me asusto a mí misma, cómo puede ser posible que actúe así, solo porque me miran mal, porque me censuran por un error cometido, no puedo acobardarme ante el qué dirán a tal nivel que me lleve a paralizarme y no querer ver la solución más viable. En este instante pienso y hubiesen habido tantas, viables, sanas, no dramáticas, pero la sola imagen de la negación, rechazo o censura me hizo actuar mal, para tener como siempre un resultado funesto.

Hoy me he dado cuenta de que estoy mal y si algún día pretendo criar a una niña, mi hija, no puedo transmitirle esta inseguridad, la cadena se rompe y se rompe conmigo. Psicólogo urgente. No más. He dicho.

Ahora veremos qué sucede, sea lo que sea que pase, debe de ser por algo, hay que sacar el lado bueno de las desgracias, no es así? Esta me sirvió para por fin darme cuenta de que sola no voy a poder cambiar estos complejos que me agobian. Necesito a un especialista y creo saber quién.

 

20100322104137-llanto

domingo, julio 04, 2010

A mis 30

Este año significa mucho para mí porque han pasado 30 años desde que abrí los ojos en este mundo por primera vez. Cada año ha pasado más rápido que el anterior, pero a pesar de eso cada uno de ellos no se han negado a dejarme enseñanzas que se confabulan en la persona que en este momento soy.
A mis treinta me he convencido de que la felicidad es transitoria y querer fingir que eso es mentira solo nos hace frustrarnos. Si la felicidad es efímera, hay que sacarle el jugo a esos pequeños momentos felices que se nos presentan.
He aprendido que la familia, imperfecta y conflictiva, es tuya y que es difícil que no se acerquen a darte la mano cuando te ven llorar.
He aprendido que el trabajo es gratificante, pero también sufrible, pero que si se hace por vocación, a pesar de todo es satisfactorio.
He aprendido entre tanta gente egoísta todavía existen personas que creen y aman a los demás, y que por lo tanto no pierden la oportunidad de ayudar.
Me he convencido de que hay mucha hipocresía en este mundo y que muy a mi pesar, esta no es solo cosa de adultos. También, aseguro que esta sociedad es un agente infeccioso y que día a día nos enferma. ¡Cuánto dinero deben tener los psiquiatras, psicólogos y psicoanalistas!
A mis treinta he hecho caminatas de más de treinta cuadras bien sea para matar el tiempo o por alguna huelga pro baja en el precio del combustible (gracias, señor chofer de combi). He corrido en dos maratones (bueno, caminado, pero igual cuenta) y he montado bicicleta por más de dos horas seguidas (máster de ciclyng). He escalado cataratas y me he resbalado de ellas, también, he conocido Macchu Picchu, pero no he subido al Huayna Picchu (será para la próxima). Me he embriagado tomando vino y mezclándolo con ron o chelas, motivo por el que la rubia ha salido de mi vida para siempre (eso creo).
A mis treinta he cantado en karaoke y me han aplaudido, sobre todo cuando me callo (ja), he bailado macarena, axe y porto seguro, conociendo los pasos y hasta en una boda me han seguido.
A mis treinta me han hecho entrevistas y me han tomado fotos para la prensa (OOOhhhh). He ganado dos premios importantes, al menos para mí y me han hecho una nota en televisión. (Doble Ohhhhhh).
A mis treinta me he convencido de que los hombres son un mal necesario, pero que a veces por un inmenso complejo de “yo soy capaz de cambiarte” elegimos a los más desatinados (¿sí o no FAMCD con tus tres nombres y dos apellidos?). He usado y me han usado. He querido y me han querido, he ofendido y me han ofendido; finalmente todo eso me ha cambiado.
A mis treinta me he reencontrado con gente amiga como mi entrañable Dally que debe creer que no la quiero porque no tengo tiempo para escribirle, porque aunque ya soy una adulto hecho y derecho, aún soy desordenada y no sé organizar mis tiempos. No me voy a olvidar de mi Chío que tanto me hace reír y tanto me anima ya sea en persona, celu o FB.
A mis treinta aún hago berrinche, lloro de cólera y me comporto como niña, sobre todo con cosas que no puedo controlar y frente a injusticias que no puedo cambiar.
A mis treinta me gusta mucho hacer step, pero antes me gustaba el taebo y ahora no, así que probablemente solo se trate de un hobby que quizá se me quite con el tiempo. Aunque espero que no.
A mis treinta nunca he salido de mi país y tampoco quiero hacerlo porque extrañaría demasiado a mi familia, lo que sí quiero hacer antes de cumplir 40 es conocer más de mi país, de mi hermoso Perú.
A mis treinta le tengo miedo a la oscuridad y a los roedores, a estos por un pequeño trauma de infancia que incluyen un cerrojo alto y un baño cerrado; a lo otro por algún motivo sobrenatural que no sé cómo explicar (necito a los hermanos Winchester).
A mis treinta quiero más que nunca a mi madre y a mi sobrina, porque veo en una el sacrificio que hizo por hacerme una persona de bien y en la otra veo la esperanza de un futuro mejor. Porque a los treinta necesito confiar, confiar en que este mundo aunque todos digan que se va al carajo, puede mejorar y convertirse en el lugar que tanto anhelo para mi familia, mis hijos y para mí.
Ya veremos qué me deparan los próximos años.

DSC03598Mi pollito y yo